Adriano Romualdi
Con estas
afirmaciones, que como todas las afirmaciones verídicas, escandalizarán a más
de uno, creemos haber puesto el dedo sobre la llaga.
¿Qué debería
significar en verdad «ser de Derecha»?
Ser de Derecha
significa, en primer lugar, reconocer el carácter subversivo de los movimientos
nacidos de la Revolución francesa, ya sean éstos el liberalismo, la democracia
o el socialismo.
Ser de Derecha
significa, en segundo lugar, comprender la naturaleza decadente de los mitos
racionalistas, progresistas y materialistas que preparan la llegada de la
civilización plebeya, el reino de la cantidad y la tiranía de las masas
anónimas y monstruosas.
Ser de Derecha
significa, en tercer lugar, concebir el Estado como una totalidad orgánica
donde los valores políticos dominen sobre las estructuras económicas y donde el
dicho «a cada uno según su valía» no significa igualdad, sino una equitativa
desigualdad cualitativa.
En fin, ser de
Derecha significa aceptar como propia aquella espiritualidad aristocrática,
religiosa y guerrera que ha caracterizado en sí a la civilización europea y
aceptar, en nombre de esta espiritualidad y sus valores, la lucha contra la
decadencia de Europa.
Resulta interesante ver en qué medida esta conciencia de
Derecha ha aflorado en le pensamiento europeo contemporáneo. Existe una
tradición antidemocrática que recorre todo el siglo XIX y que en sus
formulaciones del primer decenio del XX prepara muy de cerca el fascismo.
Podría hacerse comenzar esta tradición con las Reflexions on the revolution in
Franceen las que Burke, por primera vez, desenmascaraba la trágica farsa
jacobina y advertía que «ningún país puede sobrevivir durante mucho tiempo sin
un cuerpo aristocrático de una clase u otra».
A continuación
esta línea argumentativa intentó sostener la Restauración con los escritos de
los románticos alemanes y los reaccionarios franceses.
Piénsese en los aforismos de Novalis, con su reaccionarismo
chispeante de novedad y revolución («Burke hat ein revolutionäres Buch
gegen die Revolution geschrieben»), o en las sugestivas y proféticas
anticipaciones: Ein grosses
Fehler unserer Staaten ist, dass man den Staat zu wenig sieht… Liessen sich
nicht Abzeichen und Uniformen durchaus einführen? Piénsese en un Adam Müller y su
polémica contra el atomismo liberal de Adam Smith y la contraposición de una
economía nacional a la economía liberal. En un Gentz, consejero de Metternich y
secretario del congreso de Viena, en un Görres, en un Baader o en el mismo
Schelling. Junto a ellos está Federico Schlegel con sus múltiples intereses, la
revista Europa,
manifiesto de la reacción europea, la exaltación del Medioevo,
los primeros estudios sobre los orígenes indoeuropeos, la polémica con los liberales
italianos sobre el patriotismo de Dante, patriota del Imperio y no micro‑nacionalista.
Piénsese en un De Maistre, este maestro de la
contrarrevolución que exaltaba al verdugo como símbolo del orden viril y positivo, al
vizconde De Bonald, a Chateaubriand, gran escritor y político reaccionario, el
radicalismo de un Donoso Cortés: «Veo Regar la era de las negaciones absolutas
y las afirmaciones soberanas». No obstante, la crítica puramente reaccionaria
presentaba unos límites demasiado evidentes al cerrarse ante aquellas fuerzas
nacionales y burguesas que ambicionaban fundar una nueva solidaridad más allá
de las negaciones iluministas. Arrndt, Jahn,Fichte, pero también el Hegel de la Filosofía del derecho pertenecen al horizonte
contrarrevolucionario por la concepción nacional‑solidarista del Estado, aunque
no comparten en dogmatismo legitimista. La negativa a abrirse a las fuerzas
nacionales (incluso también allí, como en Alemania, donde éstas se sitúan en
posiciones antiliberales) constituye el límite de la política de la Santa
Alianza. Destruido el sistema de Metternich por la miopía de su concepción de
base (combatir la Revolución con la policía y restaurando la legalidad del
setecientos), la contrarrevolución se divide en dos ramas: una se queda en
posiciones meramente legitimistas, confesionales, destinadas a ser vencidas; la
otra busca nuevas vías y una nueva lógica.
Carlyle polemiza
contra el espíritu de los tiempos, el utilitarismo manchesteriano («no es que
la ciudad de Manchester se haya enriquecido, se trata de que se han enriquecido
algunos de los individuos menos simpáticos de la ciudad de Manchester») o el
humanismo de Giuseppe Mazzini (« ¿Qué son todas estas memeces de color de
rosa?»). Carlyle busca en los Héroes la clave de a historia y ve en la
democracia un eclipse temporal del espíritu heroico.
Gobineau publica en 1853 su memorable Essai sur l’inegalité des races
humaines, dando origen a la idea de una aristocracia basada sobre
fundamentos raciales. La obra de Gobineau se verá proseguida en los trabajos de
los alemanes Clauss, Gunter, Rosenberg, del francés Vacher de
Lapouge y del inglés H. S. Chamberlain. A través de ella el concepto de
estirpe, fundamental para el nacionalismo, se desliga de la arbitrariedad de
los diversos mitos nacionales y se reconduce al ideal nórdico-europeo como
medida objetiva del ideal europeo.
A fines de siglo, la punta de lanza de la Derecha la
constituye la polémica de Federico Nietzsche contra la civilización
democrática. Nietzsche, más que Carlyle o Gobineau, es el creador de una
Derecha modernamente fascista, quien ha proporcionado un lenguaje centelleante
de negaciones revolucionarias. Nietzscheano es el desprecio por el adversario,
la rapidez en el ataque, la temeridad revolucionaria («was fällt das soll
man auch stossen»). Las palabras de Nietzsche serán recogidas in Italia
por Mussolini y d' Annunzio, en Alemania por Junger y
Spengler y en España por Ortega y Gasset.
Entretanto, también en el seno del nacionalismo se ha
producido un «cambio de signo». Ya en las formulaciones de los románticos
alemanes la nación no era la masa desarticulada, la nation jacobina, sino la
sociedad ständisch, con
sus cuerpos sociales, sus tradiciones, su nobleza. Una sociedad enseñaba
Federico Schlegel tanto más es nacional cuanto más ligada a sus costumbres, a
su sangre, a sus clases dirigentes, que representan la continuidad en la
historia.
A fines de siglo, se ha llevado a cabo una reelaboración del
nacionalismo en el espíritu del conservadurismo. Maurras y Barrés en Francia,
Oriani y Corradini en Italia, los pangermanistas y el movimiento juvenil en
Alemania, Kipling y Rhodes en Inglaterra han conferido a
la idea nacional una impronta tradicionalista y autoritaria. El nuevo
nacionalismo es esencialmente un elemento del orden.
Fuente: Centro Studi La Runa
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